Carta a uno mismo

Hola,

Me desesperas. Hay veces que parece que puedes avanzar, correr, salir, gritar… Pero aún así vuelves a caerte tú sola en el hoyo. Esta situación me lleva a escribirte esta carta.

Me he reído mucho contigo, cuando tienes esas contestaciones ingeniosas y originales que sólo tú y yo escuchamos. Me he emocionado, también, cuando de ti misma sale ese cariño infinito que pareces albergar. Pero ahora ya no sé que siento respecto a ti.

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No parecías negativa de todas las veces que te has chocado contra la pared, a veces, hasta te has reído de volver a hacerlo. Ahora sólo piensas y vuelves a pensar, sin salir nunca de lo racional. Me estás cansado.

¿Dónde queda esa capacidad tuya de poner la mente en blanco? Siento que se sobrecarga.

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Recuerdo el día que lo admitiste, dentro de ti, que no eras todas esas cosas negativas que dices ser, que pretendías enseñar a los ajenos lo malo para que ellos descubriesen lo bueno. Parece que las palabras superaron a la razón, porque empiezas a creer lo negativo.

Yo te quiero más que nadie, te aprecio y me gustas hasta cuando te levantas con el pelo de El Rey León. Nadie más que yo te puede aconsejar ahora mismo que salgas de tu cabeza, que dejes «lo que debo» para transformarlo en «lo que puedo y quiero»… Que todas esas dudas sobre todo las transformes en intenciones.

Nadie mejor que tú sabe que tienes fuerza suficiente para afrontar una mala decisión o una buena.

Que no te coman los monstruos, niña.

Firmado: Ese toque de color blanco que habita en ti.

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